Mi tío Teo
Aunque al principio me desilusionara un poco, el tío Teo resultó simpático, y patinaba bastante bien sobre ruedas. Nos gustaban los mismos programas de televisión, la misma marca de chocolate y los mismos grupos musicales. Dibujar, dibuja todavía peor que yo, pero en cambio presta sus cosas, y no le importa que uses su caleidoscopio un rato o que le pierdas un calcetín de rayas. Él también me perdió la camiseta rosa y yo no dije nada.
La corbata le gustó mucho. Unas veces se la pone de turbante, y otras, de cinturón. Los domingos la usa como si fuera una corbata, y mi padre le mira de reojo, muy asombrado, pero sin decirle nada. Desde que ha llegado el tío Teo todos estamos bastante asombrados.
Yo tuve que volver a pensar en las cosas que se pueden hacer con un tío, porque ya no me servía nada de lo que había pensado antes. Le dije que tenía que conocer a Sonia, y él preguntó enseguida:
—¿Cuántos años tiene?
Que era una buena pregunta. También quiso saber cómo se llamaban un montón de hermanos de Sonia, cuántos años tenían y si yo los quería mucho. Y yo le conté, por cuenta propia, el sueño en que él se convertía en la Pequeña Esquimal. Eso le hizo gracia y dijo que quería ir a verla, porque en su pueblo no hay ni esquimales ni osos. Debía creerse que aquí te encuentras a los osos guardando cola en la parada del autobús. El tío Teo hizo un globo enorme con el chicle —hace unos globos enormes con el chicle y no se le estallan—, y me contó que una vez había guardado nieve en una caja. Se la había mandado mi madre por correo, porque en su pueblo tampoco nieva, y la metió en una caja cerrada con candado; pero cuando fue a buscarla se la habían robado. Yo no sabía si hablaba en serio o en broma, y yo estaba asombrada mirándolo.
El día que vino Sonia a conocerlo, el tío Teo había salido con mi madre. Nos quedamos los dos esperándolo a la puerta de casa y nos pusimos a jugar a los cromos. Un montón de hermanos de Sonia vinieron a molestarnos.
—¿Me das un cromo?
—No, que son de mi tío Teo.
—¿A tu tío Teo le gustan los cromos?
—Estos sí.
Entonces se pusieron a fisgar la bolsa de sus patines, que se la había guardado yo, y que tiene dibujado un corderito de adorno. Y la comparaban con los maletines marrones que llevaban los señores importantes. Y un montón de hermanos de Sonia me preguntaban:
—¿A tu tío Teo le gustan los corderitos?
—Y los leones también —dije yo.
Pilar Mateos, Editorial Anaya
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